¿Malos o buenos padres?

Uno de los temores que enfrentan quienes llegan a los tribunales de familia es ser considerados malos padres o malas madres, y por tanto perder la custodia de los hijos.

En esta creencia hay un poco de fantasía pues para separar a un menor de sus progenitores es necesario que exista un grave motivo que haga indispensable la separación.

Sin embargo, lo cierto es que, en juicios de medidas de protección, en demandas por régimen comunicacional (visitas), y aquellas en que los padres disputan la custodia del hijo/a, efectivamente se pone bajo lupa las habilidades que el adulto tenga para ejercer del cuidado.
Es así que se someten a evaluaciones psicológicas que serán determinantes para la decisión final del juez.


Dichas evaluaciones periciales mostrarán la presencia o carencia de competencias parentales. Pero ¿Qué son las competencias parentales?
Son las capacidades prácticas que tienen los padres para cuidar y proteger de manera suficiente a un niño/a. Podemos distinguir cuatro tipos: vincular, protectora, formativa y reflexiva.

Competencia Vincular: Se relaciona a la conexión emocional entre el niño/a y el adulto. La capacidad de conectar con la necesidad del otro y la disponibilidad para satisfacer sus demandas. Aquí toma un rol importante la empatía (ponerse en el lugar del niño) y el afecto.

Competencia Protectora: Consiste en velar por el buen desarrollo y crecimiento de los hijos, así como por su socialización. Ejemplos son: cuidar la alimentación del hijo, colocarle las vacunas, cuidar su aseo personal, no exponerlo a situaciones de riesgo, etc.

Competencia Formativa: Se relaciona a proporcionar un entorno apropiado para el desarrollo psicológico y afectivo del niño. Tomar decisiones que garanticen una buena educación, tanto en el ámbito escolar como en el familiar, poniendo límites, horarios, y normas.

Competencia Reflexiva: Es la capacidad que el adulto tiene de autoevaluar su rol de cuidador, el poder preguntarse cómo está ejerciendo su parentalidad (o marentalidad).

Todas estas competencias deben estar presentes en la crianza de los niños/as, y la carencia de ellas podría significar situaciones de abandono, abuso o vulneración de derechos. De ahí la importancia de evaluar a los intervinientes de un proceso judicial donde se discute el cuidado o un régimen de relación directa y regular (visitas).


La buena noticia es que todas estas habilidades pueden entrenarse y fortalecerse. Recibiendo una adecuada información sobre crianza, ejercitando la empatía y el “estar presente” podemos no solo mejorar nuestra posición frente a un tercero evaluador, sino mucho más importante, podremos mejorar como padres y madres, haciendo de nuestros hijos, niños y niñas más seguros, fuertes y felices.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *